Apedreando a los viejitos

23 11 2010

Dr. Rudy Wohlers

Platicábamos en la calle. El lapso de claridad del día se había agotado, soplaba una brisa fría y suave que acariciaba y penetraba nuestra piel, provocando ocasionalmente contracciones o sacudidas corporales (escalofríos). Decidimos entrar al ambiente más cercano y que nominamos “nuestra ermita”. Espacio destinado a ser la sede de nuestro movimiento social político en nuestro pueblo Senahú y que persigue lograr un cambio positivo para el bienestar de los habitantes a través de una adecuada administración.
Cuatro conformábamos el grupo de amigos, compartíamos una tertulia sin agenda, donde de acuerdo a la ocurrencia se hablaba de diferentes tópicos, siendo el eje principal “el tema político” que cada día va tomando más fuerza y que nos obliga a prepararnos para que cuando el Tribunal Supremo Electoral de el banderazo de salida salgamos a la palestra a participar en el futuro proceso electoral municipal.
El contorno que nos resguardaba nos intimó a tomarnos un cafecito Dieseldorff (cosecha alta verapacense), calientito, delicioso. Aprovechábamos para remojar en él unos panecillos hechos en la casa de uno de los presentes. Recordamos tiempos pasados en que no existían panaderías en nuestro pueblo, en cada vivienda se hacía pan, pero pan de verdad, no de negocio, preparado con productos naturales y por manos santas de aquellas mujeres que desarrollaban un verdadero arte para satisfacer gastronómicamente a la familia. Eso era delicioso y sano.
Sentados sobre unas bancas de madera sin respaldo, de las que se veían en las iglesias o ermitas de hace muchos años, que por su asimetría no se logran nivelar al piso; con un color que grita su tiempo de antigüedad. Nos acordábamos de travesuras de cuando éramos alumnos de la escuela Urbana Mixta, ¡Ahh que tiempos! No almorzábamos, preferíamos ir al tanque que estaba a la orilla del río Nahúc a jugar y a aprender a nadar. Los más arrechos se sumergían en la profundidad con el objetivo de remover el lodo que estaba como sedimento para enturbiar el agua y así poder pasar desapercibidos cuando nos escondíamos bajo de agua. Todos tal y como venimos al mundo, desnudos.
Épocas en que andábamos como puros monitos rascándonos por todos lados llenos de granos, rasquiña, etc. Hasta hoy entendemos su origen.
Reíamos de nuestras tonterías inocentes, de aquellas épocas.
Lico intervino: -Muchá, muchá, les voy a contar lo que nos pasó con mi hermano Romeo. Guardamos silencio, nuestra mirada dirigida a quien intervino, atentos a escucharlo. Se sentó cómodamente en una de las bancas e inició su relato: –Nosotros con mi hermano, no solo a medio día nos íbamos al tanque, también lo hacíamos por la tarde, faltábamos mucho a la escuela. Nuestra profesora era la Seño Ana, ¿Se acuerdan? ¡Era bien yuca! Pues de plano, ya estaba como la gran diabla de nuestro comportamiento. Un día nos citó a una reunión, asustados esperamos sentados bajo los tubos que están sobre los graderíos del campo de básquet de la escuela, viendo al suelo, esperando lo peor y a que llegara el momento.
-Nuestros compañeros con los cuadernos en la mano se despedían felizmente para dirigirse a su vivienda a descansar y hacer las tareas que eran un montón, prosiguió. -Escuchamos una voz enérgica, desde el corredor que decía:-¡Los hermanos García, para acá! -Cuando sentimos ya estábamos parados frente al escritorio de la seño Ana, un escritorio de madera rústica ubicado en la esquina del salón de clases. No se daba por aludida de nuestra presencia, sentada escribiendo en un cuaderno que de pronto lo cerró con brusquedad y levantó la vista hacia nosotros con una mirada fulminante, luego expresó: -¿Qué pasa con ustedes? No se dan cuenta que están perdiendo el tiempo. No se dan cuenta que sus padres están invirtiendo en ustedes y no son agradecidos. Se están fraguando un mal futuro, no han respondido a sus estudios y al paso que van, éste año lo vuelven a perder.
En el aula, el silencio fue profundo, a saber por cuanto tiempo, nos veía y nosotros con la vista hacia el piso como tratando de ver la profundidad del ladrillo en el suelo, tal vez pensando que tenía raíces como los árboles. No nos atrevíamos a contestar, sabíamos que era cierto lo que decía.
Quizá esperaba que habláramos, justificáramos o a saber qué. Luego agregó con una voz más suave: -Miren, Lico y Romeo. ¿No se dan cuenta de lo peligroso que es ir al tanque al medio día? ¿No saben que por esos lugares los malos espíritus se aparecen especialmente en esos horarios en que ustedes parecen sanates entre el agua? ¿Sabían ustedes que muchas veces esos malos espíritus se aparecen engañosamente con el parecido de algún familiar? Esa es la forma como se los comienzan a ganar y después se pierden y se los llevan ¿quién sabe adónde? Nosotros como maestros y sus papas, no queremos que les pase nada malo, ustedes deben cambiar y dedicarse a estudiar que es para su bien.
Únicamente fuimos capaces de balbucear: -Gracias seño.
Salimos rumbo a la casa. Pasaron unos veinte minutos y ya se nos había olvidado el sermón. Al siguiente día a las doce corríamos hacia el tanque quitándonos la ropa en el camino. Llegamos y encontramos a un amigo que solitario se bañaba, mientras nos terminábamos de desvestir hacíamos bromas, nuestro estado de ánimo era nítido. Al rato de estar jugando nos percatamos que una señora a la orilla del río Nahuc lavaba ropa sobre las piedras, al principio no le prestamos mayor atención. De repente Romeo me grita: -Lico, lico allí esta mamá. Señalaba a la persona que anteriormente habíamos visualizado. Me quedé sorprendido porque visualice que de verdad era mamá. Romeo gritaba: -mamá, mamá, miráme y se zambullía en el tanque como presumiendo de su habilidad para nadar.
Recordé lo del día anterior, lo que seño Ana nos había dicho y reaccioné diciéndole a mi hermano: – acordáte lo que nos dijo la seño. No es mamá, no es mamá, “es la simanagua”. Corrimos muy asustados a donde habían piedras, las agarramos y comenzamos a lanzarlas hacia el supuesto espíritu. Por la distancia no llegaban al objetivo. De pronto nos sorprendió una voz varonil que decía: ¡- Bueno Muchá, bueno muchá!, dejen de apedrear a su mamá, no sean brutos, escuchen. Sorprendidos nos volteamos y divisamos a papá que estaba parado en el bordo superior de la rivera del río. Romeo asevera: – No es papá Lico, no es papá, es el duende y reiniciamos nuestra supuesta defensa, apedreándolo. Salimos desnudos, con la ropa en la mano, corriendo rumbo a casa, muy espantados.
Jaja. Jaja. Jaja. Jaja. Fue lo que se escuchó en el salón al finalizar la historia y de pronto al unísono los que integrábamos el grupo expresamos: ¡GARCÍA, tenias que ser! Para ser tan cuentero. El reafirmaba: -De veras muchá es puro cierto lo que les cuento. ¿Qué clavo ver verdad?
Eso fue suficiente para que cada quien tomara el camino hacia su casa, la noche cada momento se ponía más fría y era necesario descansar.


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