Anécdotas y cuentos de Senahu, Alta Verapaz, Guatemala.

13 07 2007

Escritor: Dr. Carlos Rodolfo Wohlers Monroy Inscrito: 252, Folio 252, Tomo: Obras Inéditas. Registro de la Propiedad Intelectual. Guatemala C.A.

EL ENGAÑO

Fue un sábado más, cuando algunos jóvenes de Senahú frecuentaban acudir a tiendas o a la exclusividad que brindaba el Negrito, en su local conocido como “donde Secundino”, a deleitar algunas cervecitas o cualquier otro tipo de licor, para festejar el nuevo fin de semana, el consumo dependía siempre de la capacidad financiera del momento o del crédito que algunos tenían.

Este día, Raúl, que era uno de ellos y que no desperdiciaba sábado para estar bajo efectos especiales de alguna bebida, como las mencionadas, rompió la norma, únicamente se tomó un par de cervecitas, ya terminado el día, siendo aproximadamente las siete u ocho de la noche, se encontraba sentado en una de las bancas que se ubicaban en el parque central; muy pensativo, pero más que todo preocupado por la llegada a su casa, que quedaba llegando al Calvario y no había encontrado quien le acompañara.

Su preocupación era: caminar solo, a esa hora que el alumbrado eléctrico era muy débil, la noche muy oscura, la verdad, es que tenía mucho miedo. Su semblante cambió de pronto, cuando vio acercarse al lugar donde estaba, a un grupo de personas, trataba de identificarlos físicamente de lejos, pero no le era posible por la distancia y por la oscuridad, también por la voz; se concentró, afinó su oído y efectivamente le funcionó, eran nada menos que el Pelón, Cochita y Pitingo, quienes estaban muy contentos, eufóricos y andaban con destino perdido. Raúl, al reconocerlos auditivamente, comenzó a relajarse aflojando todo su cuerpo, como que se hubiera desmayado, la cabeza, caída hacia delante topando la barbilla al pecho, los brazos colgando, balbuceando y tratando en todo lo posible de llamar la atención del trío que se acercaba.

No pasó mucho tiempo y fue escuchado; los tres dejaron de caminar, se voltearon para ver quien emitía esos sonidos de agonía; a pesar del esfuerzo, de lejos no lograban reconocer a la persona, por lo que Pelón que aparentemente lideraba al grupo, les dice: – Vamos a ver, ¿Quién es? Ayudemos muchá, Pitingo, protesta y dice: -Qué te importa, a saber quién es vos, dejémoslo. Cochita, que no sabía ni como se llamaba, no opinó nada, solo estaba agarrado del brazo de Pitingo, lo que le daba certeza de no caerse. Pelón, insistió y consiguió convencerlos, por lo que se acercaron. Ya frente a él, a quién de verdad, se le escuchaba y se le veía muy mal, Pitingo enojado, decía: ¿Quién es? Le tocaba el hombro y lo sacudía, preguntando ¿Quién sos vos? La respuesta era únicamente: Nnnnnn, Casssssss, Mmmm, Ayyyy.

Era imposible entender las respuestas, no comprendiendo nada, Pelón intrigado lo tomó del pelo, le levantó la cabeza quedándole visible la cara. Muchá, muchá, es Raúl, pobrecito, aquí lo dejaron esos malditos de sus amigotes. Al identificarlo, como un amigo, el tomó la decisión de ayudarle, diciéndole a sus compañeros: -Vamos, vamos, carguémoslo y llevémoslo, antes que lo vean. -¿Adónde? Pregunta Pitingo, muy molesto, -¿Adónde más? Le dice Pelón, a su casa, a la casa de doña Luch, allí vive él. -Ni loco, le dice Pitingo, eso es hasta allá arriba, yo, no lo llevo, déjalo aquí, ¿Acaso andaba con nosotros? Y a vos Pelón, que te importa, siempre té andás metiendo y nos metés en babosadas. Éste al escuchar la reacción negativa de su compañero se enojó mucho, por el aprecio que le tenía a su primo Raúl, porque ese era su grado de parentesco. En tono autoritario, le responde: ¡ Mirá malditío! Si no me ayudás, me las vas a pagar, ¿Me oíste? Pedíme algo de lo que siempre me pedís y tanto te gusta, pedímelo, pedímelo negro condenado y vas a ver.

A Pitingo, la amenaza le preocupó; y mucho, pensando en el futuro, sin mediar más palabra se incorporó a ayudar y procedieron a levantarlo. El otro no colaboraba en lo más mínimo. Cargado en zopilotío a ratos y luego uno le cargaba los pies y los otros dos, tomándolo cada uno de un brazo y protegiéndole la cabeza. Así, comenzó el trayecto de ascenso por la calle principal.

La llegada a la casa de Don Chabelo, que queda a un poquito menos de la mitad de la distancia de su destino, fue donde realizaron la tercera estación de descanso, el cansancio estaba afectándolos, únicamente escuchaban los balbuceos del transportado, quién babeaba y no hacía el más mínimo intento de ayudar.

Allí lo acostaron un momento en la banqueta, para poder ellos recuperarse y le hablaban: -Ayudános hombre, es que pesás mucho maaldito, ya falta poco para llegar a la casa y si doña Luch te ve así, se va a enojar. Él aparentemente en estado inconsciente, no respondía, lo poco que se le escuchaba, no se entendía en lo absoluto. Pelón, al ver que no respondía, enojado, decía: -Este es un coche, a saber que se hartó el Mie…, apurémonos, y lo dejamos en su casa; pero eso sí, mañana que aguante lo que le voy a decir. Pitingo, firme desde el principio, repetía: – Yo te lo dije, que se quede aquí hombre, yo ya me cansé, como pesa el desgraciado y eso nos pasa por brutos y por shutes, además, éste Cochita, no ayuda, como que cada rato se queda más mudo, solo falta que también lo tengamos que cargar. -Calláte la trompa y ayudáme, sigamos, ordena el Pelón.

Nuevamente los tres cargan al amigo quién no da mayores señales de vida y continúan el ascenso, y así con mucho esfuerzo, sudando, y protestando, siendo ya casi las diez de la noche, sofocados van pasando frente a la casa de Chequel, que escucha las voces de los cargadores, sale a la ventana y les pregunta: -¿Qué pasó muchá? Pelón le responde: -Este desgraciadísimo de Raúl, borracho el mierda, mirálo bien bolo el malditío, no responde; Chequel, solo escucha la respuesta, sin comentar nada, se sonríe, posiblemente recordándose de sus tiempos, cierra la ventana considerando el caso como algo normal, en ese día.

Después de todo el esfuerzo llegan y entran al sitio, bastante cansados, lo bajan al suelo un momento para recuperarse del cansancio, luego tocan la puerta: – Buenas noochesss, aquí venimos a dejar a Raúl; la puerta se abre, allí está la señora, con el rostro descompuesto, enojada, se les queda viendo, y les dice: -¿No les da pena? ¡Cómo traen a éste sinvergüenza! Ustedes no parecen ser amigos, más parecen ser enemigos, peor vos Pelón, siendo familia y haciendo esto. Mirén como lo dejaron; el otro tirado, inmovil. Nuevamente se dirige a ellos indicándoles: -Éntrenlo, pasen, allí está su cama, déjenlo acostado.

Los tres sin poder pronunciar palabra, para poder explicar la verdad, de lo que había pasado, hicieron él último esfuerzo, cargaron a Raúl y en cuestión de segundos lo tenían acostado en la cama, le quitaron los zapatos con todo y calcetines, lo taparon con una chamarra y decidieron marcharse. En ese preciso momento de retirada, éste, como un resorte se levanta de la cama, se les queda viendo sonriente, y les dice: -Gracias muchá, por traerme.

La reacción de asombro de los tres cargadores al darse cuenta del engaño, porque Raúl no tenía nada, fue impactante, el enojo estaba a punto de estallar, se les veía espuma en la boca, no se si de cólera o ya de la goma, especialmente él Pelón, mientras Pitingo le repetía: Te lo dije, te lo dije, éste es un desgraciado, yo lo conozco.

Doña Luch asombrada y confundida, se voltea ante los tres, e interviene hablando en voz alta, diciéndoles: -¿Con que engañándome? Se queda callada y luego ordena: -Fuera de mi casa, no respetan un poco, igualados, abusivos, váyanse a engañar a sus amigotes, yo, ya soy una persona mayor, me deben de respetar, me van a matar de una cólera.

La razón de la reacción de la señora, era porque ella le había prohibido seguir tomando y llegar en ese estado a la casa, por lo que pensó, que todo había sido un arreglo para sorprenderla y engañarla.

Los quijotes salieron sin decir una sola palabra, empujándose uno a otro; ya pasado el umbral de la puerta se escuchó a lo lejos, ¡Buenas noches, doña Luch!


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